La tortuga más paciente de Barcelona
Una tortuga de piedra aguanta estoicamente los miles de caricias que recibe a diario de los turistas que pasan junto a la sede del Archivo Histórico de la Ciudad, de camino a la catedral. Su delito, cargar con un rumor que nadie sabe cuándo ni cómo empezó, pero que le atribuye el don de transmitir la buena fortuna a todo aquél que toque su caparazón. Sea cierta o no esa propiedad, el armazón del reptil luce completamente erosionado debido a la cantidad ingente de extranjeros que cumplen a rajatabla aquello de “allá donde fueres, haz lo que vieres”, aunque no sepan ni por qué lo hacen.
La ya famosa tortuga es uno de los elementos más llamativos de la Casa de l’Ardiaca, edificio histórico de Barcelona que, entre 1895 y 1921, fue la sede del Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona. Junto a cinco golondrinas, una planta de hiedra y el escudo del Colegio forma parte de un buzón modernista diseñado por Lluís Domènech i Montaner y esculpido en piedra por el escultor Alfons Juyol. El arquitecto quiso representar en él una alegoría de la justicia como un principio moral que es libre como las golondrinas, y que, enredado en los procesos burocráticos, se vuelve lento como una tortuga.
Otra de las atracciones de este edificio del siglo XII y reconstruido en el siglo XVI como palacete del archidiácono de la catedral es su claustro, un patio gótico al que se puede acceder libremente desde la calle. En su interior todavía se puede apreciar un fragmento de la antigua muralla, a la que se encuentra adosado, y dos arcadas de un acueducto romano del siglo I a.C. El claustro está coronado en el centro por una gran palmera del siglo XIX y una fuente de piedra en la que por Corpus Christi se celebra la tradición de L’ou com balla, que consiste en decorar la fuente con flores y colocar un huevo justo en la perpendicular del surtidor para que dé vueltas al ritmo del agua, dando la sensación de estar bailando sobre el agua sin llegar a caer. La de la casa de l’Ardiaca no es la única fuente de Barcelona en la que ver l’ou com balla. La mismísima catedral o el claustro del Palau del Lloctinent también acogen esta danzarina tradición.
Además de los dos usos ya explicados, el lugar fue una residencia eclesiástica y tras la desamortización pasó a albergar otras actividades, como centro político, taller de artistas o el ya citado colegio de abogados hasta que el Ayuntamiento de Barcelona lo compró para convertirlo en el Archivo Histórico de la Ciudad, función con la que el edificio ha llegado hasta nuestros días. Aunque las colas se hagan simplemente para tocar una tortuga de piedra que quisiera ser de carne y hueso. Quizás así pudiera escapar, lentamente, de su sino.